Sus caderas se contoneaban mientras su pantalón ajustado marcaba su figura. El labial rojo que decoraba su rostro combinaba con su blusa blanca.
El reloj marcaba su paso y la botella de coñac se iba acabando mientras observaba la escena perfecta. Una combinación entre sensualidad, erotismo y pasión hacían del ambiente algo demasiado motivador.
En el último trago de la botella, yo observaba detenidamente cómo se despojaba de aquellos atrevidos jeans. No puedo negar el nerviosismo que sentí al verla acercarse totalmente desnuda hacia mí.
Se detuvo justo en frente del sofá en el que estaba sentado con una mirada seductora. En un ligero movimiento posó mis manos sobre su cintura y con una sonrisa traviesa ella comenzó a bailar lentamente.
Mis manos recorrían suavemente de sus piernas hasta llegar a su cuello, puedo decir que ella estuvo a punto de provocar un suicidio, me vi inmerso sobre aquél cuerpo recorriendo un par de montañas, queriendo saltar de una a otra para disfrutar el calor que emanaba en la cima, sin importar caer al barranco que separaba sus pechos.
Me vi corriendo por el valle de su vientre, danzando en forma de besos mientras mis manos buscaban provocar la lluvia en el regazo de su edén.
Fui aprisionado entre sus labios. Afortunadamente logré escapar recorriendo su cuello lanzándome por el sendero de su espalda. Aún a esas alturas me encontraba cuerdo; sin embargo, me crucé con las curvas de sus gluteos y sin poder bajar la velocidad perdí el conocimiento.
Cuando recobré la conciencia me encontraba siendo entrelazado en sus brazos mientras ella dormía. Por mi mente pasaban los recuerdos y postales que acabábamos de vivir una y otra vez.
Recorrer aquél universo me había hecho perder la cordura en una caía libre y sin embargo estaba dispuesto a pagar la factura.
Autor: Andrés Venegas